lunes, 8 de noviembre de 2010

Pisa y la condición humana.


Me encuentro en la recepción del hotel donde nos alojamos en Pisa. Nuestro tour turístico por la Toscana llama a su fin. El siguiente día bien temprano cogeremos el vuelo de regreso. El cansancio se acusa incluso en la forma de mirar al recepcionista. Cansancio y confusión cerebral es lo que refleja realmente mi  mirada. Nos han timado como dos pringadas turistas   y lo quiero denunciar – esto está claro-. Pero,  ¿le solicito directamente la dirección de la oficina de turismo, lugar a donde dirigir la denuncia ¿. Le comento el caso para que me indique el organismo competente ¿ Se lo comento en castellano ¿. ¿ En inglés?. En italiano poco puedo decir aparte de “piccolo” y “bona  sera”… Con cansancio, cabreo y confusión empiezo a desgranar el timo que acabamos  de vivir en el bar cercano al hotel, y olvido la solicitud concreta que me había propuesto.

Estábamos agotadas de tanto patear calles y museos, habíamos decidido cogernos “un día sabático de turismo” y solo queríamos vegetar y poco más. “Pues nada, no pasa nada si no vemos más. ¡Mejor nos tomamos un chocolate con un brioche en esa cafetería tan chula, y … nos tiramos un par de horas. Pues eso. Pues vale. Nos queda pegada al hotel así que cuando nos cansemos seguimos vegetando en la cama”. Total acuerdo entre las dos.  Así que dicho y hecho. Entramos y nos sentamos tan ricamente a disfrutar de nuestra decisión consensuada. “ ¡Qué rico el chocolate!. ¡ Qué rico el brioche!.” -Uno sólo a repartir entre las dos-.  Pedimos la cuenta y, “mamma mia” 17 euros marcaba el ticket. Ojos que saltan de las orbitas, ganas de llamarles ladrones a la cara , no pagar, pedir libro de reclamaciones. Pero,  sale nuestro lado femenino: “seamos educadas y modositas”. ¿Nos podría enseñar la lista de precios, por favor? –le pido al camarero-  . La lista de precios reflejaba los precios de “mamma mía”, con una nota al final “Non fiscale”. Le pagamos poniendo caras de tormenta eléctrica.

Para cuando termino el relato el recepcionista ya había dicho varias veces “no pagan impuestos “porca miseria” y” locos-  locos”,  acompañado del típico gesto de índice de mano derecha apuntando sien con movimientos circulares. Yo que percibo complicidad y arrope. El lado femenino que se va. El masculino que llega: ¿Dónde denuncio?. Estos de la cafetería Ganbrinus son unos ladrones, se aprovechan del turismo y bla, bla, bla...

El recepcionista pronto y veloz se mete en la oficina me saca folios para escribir y para cuando me doy cuenta le oigo que está hablando por teléfono y escucho: signora, hotel, denunzia… ¿Signora podría ir a Hacienda a poner la denuncia ¿ - me pregunta- ¡Pues claro que si!. ¡Si  hay que ir, se va!. – le contesto- Cuelga, despotrica a gusto sobre Hacienda y me sugiere hacer la denuncia por escrito para que conste; ya se sabe,  las palabras se las puede llevar el viento.  Ningún problema. Escrito hecho. Recepcionista servicial que se ofrece a enviarlo. Tema zanjado. No. El  tema tenía múltiples y variadas vertientes. Ahora venía la de “la venganza en plato frío se sirve”. La complicidad y el arrope tenía su porque.
“Hace menos de un año – arranca el recepcionista en español salpimentado de italiano- , entre en el Ganbrinus con cuatro amichi, y nos quisieron cobrar 54 euros por cuatro “piccolo amaretto”. Nos negamos. ¡Por supuesto!. Pedimos llamar a la policía para aclarar el asunto. Al camarero de turno no le hace ninguna gracia, así que me agarra por la solapa, - continua el recepcionista aportando detalles-.  yo me defiendo, puñetazo va, golpe viene, cristalera se hace añicos acompañada con semejante estallido que casi se oye desde  la  Piazza dei Miracoli.  La Policía aparece. Yo soy el culpable. La sanción es una orden de alejamiento: durante un año no puedo pasar por delante de la cafetería.”

La satisfacción que le aportaba mi denuncia se le manifestaba hasta en los poros de la piel. Cada vez se le veía mas henchido de placer. La venganza comenzaba a hacerse realidad. Aún quería hacer algo más. Por mí,  por él. Quiero pensar, también, por lo que es justo.  El escrito original, mi denuncia, termina expandida en dos fotocopias. Una pegada en el Libro de Visitas de clientes del hotel, y ¿Qué va hacer con la otra? - me pregunto-  Y es ahí donde empieza de nuevo a narrar totalmente entusiasmado.  “ Pues es que tengo una amiga periodista que trabaja en el periódico local de Pisa que no le importaría, que no habría ningún problema para que salga publicada su denuncia;  ¿a Vd Signora , le importa?. A mi nada. Por el contrario, me parece muy bien, que todo el mundo conozca lo ladrones que son…- respondo- . No se si era colaborar con la justicia o que mi ego se crecía, se inflaba, se desparramaba: mi denuncia iba a salir publicada en Pisa. Al fin y al cabo, el ego no entiende ni de sexo,  ni de género masculino ó femenino. Es inherente a la condición humana.

Desde que he regresado de Italia, todos los días abro el correo electrónico con la esperanza de encontrar copia del recorte de prensa donde reconozca mi inconfundible escritura, inclinada hacia la derecha, picuda y curva con algún que otro tachón velando palabras inadecuadas. La promesa del recepcionista pisano aún no se ha cumplido.

2 comentarios:

  1. Estaría bien hacer esto de vez en cuando por aquí, anda que no nos clavan diariamente con los pintxos, jajaja...

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  2. Pues si que lo hacen. En especial en Donostia. Y, toda la gente calladita- calladita.

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