miércoles, 13 de octubre de 2010

El bebe mecánico


Ciudad nueva. 13 años tenía y grandes ansias de descubrirla viviendo nuevas aventuras.  Pero, no. Mi aventura era otra. Retomaba la que había dejado, o más bien de la que me había escapado. Curiosamente, el internado en un colegio de monjas había sido una gran válvula de escape. Ahora, de nuevo, sentía y revivia “esa  aventura”: la de mi vida, ya trazada por mis padres y por un dios que estaba en boca de todas las personas de mi entorno poseedor de un cierto toque de malignidad; según creía.

Antes de que me diera cuenta, ser la mayor de 5 hermanos y 3 hermanas había sido determinante para que mi vida tuviera sus trazos bien definidos. Ellos, los trazos,  se manifestaban poco a poco de forma progresiva e inesperada y me exaltaban de tal manera que incluso, a veces,  me cabreaban.  La ciudad nueva supuso  la salida del internado y en consecuencia,  asumir con resignación y bastante rabia el papel olvidado de hermana mayor. En aquellos tiempos, para mis hermanos, más bien el de madrastrona. Ese era uno de los trazos de mi vida bien pronunciado.

Mi madre, amorosa ella, a todo trance quería desterrar de su persona todo lo relacionado con disciplina y castigo. Estos papeles los  había depositado en mi padre y en mí. Para mi era una carga muy pesada!. Sus mandatos eran del tipo: ”Vete y dile a tu hermano que no pegue a tu hermana Begoñita”. Si la orden era difícil de entender – siempre se le olvidaba dar el nombre del autor ó autora del delito-, más difícil  era cumplirla. 

Al cabo de 2 meses ya estaba más que harta; hartita, hartita de ir de madrastrona por la vida. Empecé a rebelarme: “Estoy más que harta”; “Yo soy una más”; “Soy también tu hija”, ….. Frases de este tipo fluían con ímpetu desgarrador de mi boca. Hasta que llego el día . Si, si aquel día en que mis padres me jarrean a voz de pronto: ¡Vas a tener otra hermanita con la que jugar!. “Yo lo que quiero es un muñeco de peluche, él que nunca he tenido,  que no cague, que no mee, que no llore y que no me angustie cuando se me caiga de los brazos”; fue mi respuesta. El peluche nunca llego. La hermanita  sí. Ya había sido bien encargada. Era mi hermana Clara, una bebe con un mecanismo perfecto, un pequeño ser humano. Hoy día,  es un gran ser humano. Mi  mejor amiga.

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