lunes, 13 de septiembre de 2010

Tempus fugit

Dice el marido de una compañera de trabajo de mi marido que no le gusta nada hacer tareas en el hogar porque considera que se le consume la vida en ello. Vamos, que resulta algo inútil, nada agradecido, fútil en el tiempo, cansado, y todas esas cosas que se suelen asociar a estas tareas.

El fulano no ha descubierto nada nuevo, de hecho supongo que recoge el sentir generalizado de las maripuris desde hace décadas. Pero ahí queda, el tío lo suelta y se queda tan ancho. Y como encima es científico, no te atreves a seguir tirando de la manta porque a lo mejor te lo fundamenta con una superteoría de las gordas y te deja en el suelo del susto.

A mí la verdad es que este tipo de comentarios me hacen mucha gracia, y me recuerdan una frase que suele decir mi padre y que según el contexto me saca de mis casillas: "si el problema tiene solución, no te preocupes, y si no la tiene, ¿para qué preocuparse?". Y es que con esto de las tareas domésticas, no hay muchas opciones: te puedes dedicar a la casa y tenerla más o menos decente para no encontrarte de pronto en medio de una leonera, o sin más puedes optar por que te coma la mierda y tires de telepizza o de salchichas al microondas (esta receta NUNCA te la encontrarás en el programa de Argiñano).

Lo de las tareas del hogar da para una tesis doctoral. Y lo divertido de todo esto (más que nada por verlo con sentido del humor, que estamos a lunes), es que estas profundas reflexiones las suelen soltar generalmente los hombres. Y nosotras nos quedamos como pensando, a ver cómo las refutamos. Mientras que creo que si fuéramos nosotras las que lo dijéramos, directamente nos llamarían cerdas a la cara. O eso creo, haciendo un rapidísimo sondeo por mi entorno.

Anda que no queda por hacer...

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